La sostenibilidad no es ideología: es seguridad, prosperidad y competitividad
Hace unos días, comía con un amigo que, mientras servía agua, bromeó diciendo que «el único legado real de la Agenda 2030 es ese pequeño aro de plástico que mantiene la tapa de la botella unida». Nos reímos, pero el comentario se me quedó grabado. Detrás de la ironía, reflejaba una verdad más profunda: la percepción, cada vez más extendida, de que la sostenibilidad se ha convertido en algo más estético que transformador. Aquel momento me hizo detenerme y reflexionar sobre cómo ha evolucionado —y en muchos aspectos se ha estancado— la narrativa pública en torno a la sostenibilidad. Ha llegado el momento de redefinir el mandato corporativo que la impulsa.
Desde 2010, la sostenibilidad ha ocupado un lugar central en la política pública y la gobernanza empresarial. Si echamos la vista atrás apenas una década, hemos logrado avances notables a escala global para sentar las bases de un futuro más sostenible. Algunos hitos clave son:
- El Acuerdo de París en 2015, que marcó el inicio de una lucha más estructurada y global contra el cambio climático, mediante una ambición compartida entre países de mantener el calentamiento global muy por debajo de los 2 ºC.
- Un auge sin precedentes de las finanzas sostenibles, con la mayoría de las entidades financieras ya conscientes de los riesgos y oportunidades asociados a las cuestiones medioambientales, sociales y de gobernanza (en inglés, “ESG”).
- Un aumento considerable del acceso a información —periodística, educativa y cultural— que ha contribuido a sensibilizar y generar un entendimiento común de los grandes retos de la sostenibilidad.
Todo ello ha sido posible gracias a la movilización extraordinaria de gobiernos y organizaciones de la sociedad civil, impulsada por una mayor conciencia sobre la necesidad de invertir en justicia social, derechos humanos y protección del medioambiente. Estos avances figuran entre los mayores logros colectivos de la humanidad y han sido posibles gracias a los sistemas políticos y valores que abrazan cada vez más sociedades en todo el mundo. Es lo que el historiador Timothy Snyder denomina libertad positiva: la libertad para construir una sociedad en la que las personas puedan vivir en paz y prosperar a largo plazo.
Sin embargo, en los últimos años parece que estamos dando pasos atrás. La inestabilidad política en muchas regiones, sumada al agravamiento de los efectos del cambio climático sobre las infraestructuras, la seguridad alimentaria y otras necesidades básicas, ha incrementado las tensiones sociales. A ello se suma la falta de resultados tangibles y visibles en nuestro día a día que evidencien cómo la sostenibilidad mejora nuestras vidas, alimentando una creciente sensación de frustración, como bien apuntaba la broma de mi amigo. Este caldo de cultivo ha sido aprovechado, además, por campañas de desinformación y narrativas polarizadoras que han situado el impacto social y ambiental como uno de sus campos de batalla preferidos, erosionando la confianza pública en la agenda 2030 y alimentando la percepción de que la sostenibilidad es una imposición ajena a las prioridades reales de las personas. Un informe reciente dirigido por Data For Good y QuotaClimat detectó 128 casos verificados de desinformación climática en medios franceses en solo tres meses, centrados especialmente en energías renovables y vehículos eléctricos.
Durante demasiado tiempo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible se han presentado erróneamente como una agenda ideológica o activista que, a ojos de algunos, limita la libertad individual: la de realizar cualquier actividad económica, comer lo que se desee o viajar donde sea. Esto refleja una concepción negativa de la libertad, que ha cobrado fuerza en los últimos tiempos: la libertad entendida como ausencia total de interferencias, incluso cuando esas interferencias tienen como fin evitar daños mayores.
El desmantelamiento de USAID y de los programas de diversidad e inclusión en Estados Unidos por parte de la administración Trump, poco después de iniciar su segundo mandato en 2025, fue un gesto cargado de simbolismo: poner fin a iniciativas percibidas como ideológicas y eliminar lo que se considera obstáculos para una prosperidad empresarial sin restricciones.
Pero la realidad es bien distinta. La sostenibilidad es el camino para que la humanidad asegure su supervivencia y prosperidad en el planeta durante generaciones. Implica soberanía energética y alimentaria. Significa eliminar la contaminación para que las personas puedan vivir más y mejor, mientras seguimos explorando y conectándonos con el resto del mundo gracias a la innovación y la tecnología. También significa acceso a información veraz y de calidad que impulse nuevos descubrimientos al ritmo que hemos disfrutado durante siglos. Y significa ganar lo suficiente para formar una familia, disfrutar de la vida y legar oportunidades a las siguientes generaciones. Además, la sostenibilidad permite optimizar el uso de recursos y generar entornos más eficientes y resilientes, no solo desde una perspectiva empresarial, sino también en términos de servicios públicos, infraestructuras y sistemas sociales que garanticen calidad de vida y bienestar para todos.
Para recuperar la confianza en la sostenibilidad, debemos explicar con claridad su verdadero valor para la sociedad:
- Ante todo, la sostenibilidad consiste en proteger a las generaciones futuras de vivir en un planeta inhabitable, asegurando que puedan llevar una vida saludable y protegiéndolas de regímenes autoritarios que traen sufrimiento e inestabilidad, como vemos hoy en Ucrania. En definitiva, se trata de garantizar nuestra seguridad.
- En segundo lugar, la sostenibilidad supone desvincular nuestras actividades económicas de sus impactos sociales y medioambientales, posibilitando un crecimiento resiliente y duradero, y asegurando, en última instancia, el bienestar de las personas. Es decir, garantizar nuestra prosperidad económica.
En el contexto geopolítico actual, Europa debe apostar decididamente por consolidar las bases que hemos construido en la última década. El continente ha demostrado comprender la complejidad de lo que está en juego, y las empresas europeas también están reaccionando en consecuencia. Según la Encuesta de Inversión del Banco Europeo de Inversiones (EIB) 2024, el 89 % de las empresas europeas ha adoptado ya alguna medida estratégica frente al cambio climático, y un 57 % ha realizado inversiones concretas en mitigación y adaptación, desde eficiencia energética hasta energías renovables o infraestructuras resilientes. En España, el compromiso es aún más evidente: el 72 % de las empresas afirma haber implementado medidas específicas contra el cambio climático, situándose por encima de la media europea (EIB, 2024). Estos datos demuestran que el debate ya no es si actuar, sino cómo acelerar una transformación que garantice la seguridad y prosperidad económica en un escenario global cada vez más inestable.
Frente a quienes aún insisten en retratar a Europa como una vieja potencia, anclada en una visión burocrática o defensiva, debemos reivindicar una Europa que lidere la construcción de un modelo de desarrollo competitivo y justo. Europa necesita articular una nueva propuesta de valor para la sostenibilidad que supere el falso dilema entre seguridad, prosperidad económica y transición verde. Una propuesta que entienda que no puede haber una sin la otra. El camino pasa por combinar ambición regulatoria, liderazgo institucional basado en valores y un renovado impulso industrial.
En este sentido, el paquete regulatorio sobre sostenibilidad adoptado recientemente por la Unión Europea —que integra nuevas exigencias de reporte, diligencia debida, clasificación de inversiones verdes y normas sobre alegaciones sociales y medioambientales— avanza en la dirección correcta. El paquete Omnibus, que simplifica estas normativas para las pymes, también es oportuno en esta fase, ya que debemos centrar los esfuerzos en aquellas empresas con mayor huella, sin frenar el crecimiento económico en el continente.
Otras regiones del mundo también tienen un papel crucial en este proceso. Brasil, por ejemplo, será anfitrión de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP 30) en 2025, y tendrá el reto de mantener la relevancia de la acción climática en un panorama geopolítico fragmentado. Iniciativas innovadoras como el Fondo para Bosques Tropicales, diseñado para ser autosostenible mediante inversiones en activos de renta fija de alto rendimiento, son ejemplos prometedores de cómo avanzar hacia un nuevo paradigma donde el sector financiero se convierta en aliado de la sostenibilidad, y no en su antagonista.
Pero las instituciones, por sí solas, no pueden liderar esta transformación. Las empresas, grandes y pequeñas, tienen un papel clave que desempeñar.
Este cambio de paradigma exige un nuevo tipo de liderazgo empresarial, uno que asuma la complejidad de conectar prosperidad económica, seguridad y sostenibilidad. Para las empresas, esto requerirá considerar la sostenibilidad como una palanca de competitividad, y no como un ejercicio de postureo corporativo.
Ya hay numerosos ejemplos que demuestran cómo la sostenibilidad impulsa el crecimiento empresarial: mayor fidelidad y retención de clientes, crecimiento de cuota de mercado, reducción de costes operativos, acceso garantizado a materias primas en sectores clave, diferenciación de producto, monetización de activos de capital natural. Marcos como el ROSI (Return on Sustainability Investment), desarrollado por la NYU Stern School of Business, han demostrado que integrar la sostenibilidad en el corazón de la estrategia empresarial genera retornos económicos medibles y tangibles.
Debemos dotar a las empresas de herramientas para reconocer estos beneficios e integrar la sostenibilidad como una prioridad estratégica en toda la organización. En los próximos años —y ante el riesgo creciente de crisis sociales y ambientales encadenadas—, solo serán relevantes a largo plazo aquellas empresas que promuevan valores de sostenibilidad y, al hacerlo, contribuyan a la seguridad y la prosperidad económica del mundo.